lunes, 28 de junio de 2010

Oranienburg AU, Primer Capítulo: Lirios Blancos.

Disclaimer: No soy rubia, no soy inglesa, ni mucho menos multimillonaria, por lo que todo lo referente a este fic le pertenece a J.K Rowling y a la WB. Yo sólo me adjudico la trama y uno que otro personaje.

Nueve años siendo Gretel Hauffmann. Nueve años desde el fusilamiento de sus padres.

Muchos dirían que debería sentirse afortunada de haber sido adoptada por el general Hauffman y esposa, luego de la triste muerte de sus padres, sin embargo más que suerte para ella, era una tortura, un infierno. Mil veces hubiese preferido correr el mismo destino que sus amados progenitores sufrieron antes de ser adoptada por alemanes, uno de ellos nazi, que cambiaran tu identidad, tu nacionalidad y que te quitaran tu libertad de expresión, que por aquellos días nadie tenía y nadie se atrevía a decir lo que en verdad pensaba. Por aquellos días todo estaba tan limitado y todo injustamente penado por la supuesta ley. Sólo quedaba resignarse y opinar en tu propia mente, que por lo menos ella no te delataba ante nada ni nadie.

El ayer de nueve años atrás era tan lejano como próximo; sobrevivía en su memoria los preciados momentos vividos con sus padres y todos los días, sin excepción sacaba de su baúl la fotografía vieja de ellos junto a ella de pequeña. La lejanía, por el tiempo que había transcurrido; sus facciones ya no eran de niña, como lo era hace nueve años, su mente era madura y carecía de despreocupación. Claramente no era como antes y en cierta parte la cruda realidad le había afectado bastante y le había dado una idea cabal de lo que era el mundo en realidad: lleno de injusticias y desgracias, como siempre lo había sido. Un mundo lleno de discriminación y orgullo, sin oportunidad alguna de paz mundial.

Se puso en posición fetal mientras gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.

Desde los nueve años había sido educada con la idea de que debía odiar a los nazis por sobre todas las cosas del mundo, pero ella, que había visto con sus propios ojos quienes eran los causantes de la muerte de sus padres, sabía que debía desconfiar de ellos y no creerles en nada de lo que dijeran. Y así lo había hecho. Hacía creer que los odiaba, no obstante actuaba, y actuaba muy bien; sus padres adoptivos, su familia y amigos del país le creían. Pero al pasar del tiempo no pudo resistirse a seguir fingiendo algo que no era y entonces se lo reveló a sus padres, y aunque estos al principio no se lo tomaron muy bien, poco a poco fueron aprendiendo a convivir con ello. Si en un principio no lo podían creer, luego de un par de días se reían de los ideales de su hija, algo que enfureció a la chica.

Sus padres le decían que cerrara la boca, dado que cualquier día de esos podía irse al campo de concentración Sachsenhausen por ser opositora a Hitler, o por alabar más a Dios que al Füher de Alemania. Si bien el general Hauffmann era nazi y odiaba por razones estúpidas para Hermione a los judíos, por dentro era un buen hombre y se preocupaba por su hija adoptiva. Lo mismo pasaba con la madre de ésta, Maggie. Querían a Hermione como a una hija propia y no estaban dispuestos a ver como la llevaban al campo de concentración.

Para Alemania era Gretel, para ella era Hermione. Esa era otra de las ideas que nunca lograron internarlas en su cabeza. No señor, ella se llamaría Hermione Granger hasta la muerte, ella sería inglesa por siempre.

El sol de primavera invitaba a salir y a disfrutar del tiempo. Ya se escuchaban los cantos de los pájaros y la voz de los niños en el parque cercano a su hogar. Sin embargo, ella sabía que el día era un disfraz de lo que ocurriría esa noche. A las siete treinta, por lo que sabía, los gritos de desesperación desde el campo se escucharían en la casa y como todas las veces que ocurría eso, no podría dormir en unos cuantos días. Oh, como deseaba morir antes de escuchar los gritos antes de la muerte de los judíos, gitanos, opositores políticos y homosexuales, todos inocentes.

Hermione tragó saliva. Nunca le había gustado escuchar esos gritos, y mucho menos saber la hora de ida de la muchedumbre sin suerte. Sólo deseaba salvarlos, pero ¿cómo? Esa gente no merecía estar allí y morir a causa de sus ideales y religión, aquello era totalmente injusto. Pero lamentablemente los nazis no mantenían la misma opinión de Hermione.

Vió la luz del día que entraba por la ventana y decidió que era mejor levantarse. Se destapó de la sabana y plumón que la cubrían, luego se dirigió a la cocina para comer algo.

—Buenos días, señorita Gretel—dijo Lorelei, una de las criadas gitanas de la casa.

—Buenos días—dijo a la chica, dedicándole una cálida sonrisa.

—¿Como amaneció?—se disculpó y le sirvió una tostada a Hermione. —Bien—o algo así, completó en su mente—Lorelei, dime, ¿sabes algo más sobre hoy en la tarde?

—Por lo que he escuchado, parece que los van a trasladar a Sajmiste, en Serbia—respondió y se sentó al lado de Hermione.

Ambas quedaron en silencio, Hermione tomaba leche de vaca y comía pan con manjar, Lorelei suspiraba una y otra vez, luchando con las lágrimas que amenzaban con salir. La chica no se pudo resistir y lentamente sus lágrimas brotaron y recorrieron su rostro. Hermione contempló la escena con tristeza, conciente de la historia de Lorelei. Una de esas que parecen sacadas de películas.

Si los ojos de Hermione reflejaban tristeza y amargura, los de Lorelei reflejaban dolor y perdición, entre otros sentimientos.

—Oh, Peter—sollozó la chica y luego con su manga limpió las nuevas lágrimas que habían brotado de sus ojos.

Lorelei había sido víctima del amor prohibido antes de ser llevada a Alemania. Pero, ¿quién había sido el causante de ese mal amor? El causante era un total misterio para la castaña, sin embargo, por comentarios de Lorelei, sabía que era inglés y había viajado a Alemania con la intención de salvar a uno que otro prisionero de los campos de aniquilamiento, pero no pudo con la seguridad y lo encerraron en uno de estos, específicamente el de Oranienburg; Sachsenhausen.

Hermione terminó el desayuno y avanzó con paso lento a la puerta.Ésta la detuvo y dijo:

—Hoy viene el señor Malfoy a ceñar, señorita—Lorelei se limpió la cara con su puño y luego desapareció por el umbral de la puerta.

—¿CÓMO?—preguntó Hermione, pero la criada ya había salido de la cocina.

Lorelei había estimado bien en salir rápidamente de la cocina, dado que a ninguna persona le hubiese gustado que se desquitara con uno. Hermione se pusó roja y apretó la mandíbula, no avanzó ni retrocedió, pero sus estados de ánimo parecían como un sube y baja. Y la causa más frecuente de estos cambios bruscos de ánimo era Draco.

Se retiró entonces y se marchó al baño a darse una ducha caliente, bien caliente que le quitara su rabia y la tranquilizara para la visita de su más grande enemigo.

Estaba en edad de casarse y Draco Malfoy encabezaba la lista de sus padres para los posibles prometidos de Hermione. Ella creía que uno debía casarse por amor y no por conveniencia, que era justamente lo que estaban intentando sus padres. La verdad era que Draco Malfoy poseía mucho dinero y belleza, que todas las chicas del poblado comentaban, excepto ella. Sin duda para cualquier muchacha de su edad sería el cónyuge perfecto, no obstante para Hermione sería una condena de por vida.
Se frotó con rabia su cabello lleno de espuma y cerró los ojos, intentando tranquilizar todo la rabia acumulada contra Malfoy. Jamás se casaría con un patán como ese. Sabía que no había escape de la boda no deseada, pero de Malfoy sí la había, y si tampoco había escapatoria de él, haría todo lo posible por retrasar la dichosa boda.

La chica dejó de frotarse el cabello por un momento y bajó la mano, dejándo que los chorros de agua recorrieran su cuerpo desnudo, que era agradable para los sentidos de la joven. La espuma que estaba en su cabello fue desapareciendo con el paso del agua y estas gotas se llevaron también la rabia de la chica.

Cerró la llave y salió de la ducha. Se cubrió con la toalla y se secó el cuerpo con tal brusquedad que le llegaba a doler. Luego se marchó a su cuarto y se vistió con la falda que en la Navidad del año anterior le había regalado su prima de Berlín y con una blusa floreada. Se secó el pelo con una toalla seca y luego salió con libro en mano al patio trasero, en donde estaban los árboles y césped verde que tanto le gustaban. Se sentó y comenzó a leer.

Si bien ese día se cumplía nueve años desde la muerte de sus padres biológicos, también tocaba aniversario de la misma cantidad de años desde la llegada a Oranienburg, ciudad en la que inició su nueva vida. No sabía por qué, pero ese día no tenía ganas de leer, entonces dejó el libro a un lado y se descalzó.

Se sintió tan placentero el contacto de sus pies con el césped húmedo, que se podía comparar con la sensación del primer beso o bien el sentimiento del primer amor, ese primer amor que nadie nunca olvida. Instintivamente se llevó los dedos a los labios y cerró los ojos, recordando a quien fuera el afortunado primer amante. Sus labios y sus movimientos de éstos vinieron rápidamente a su memoria. Besos prohibidos que cesaron hace un par de meses atrás.

Hermione sonrió con nostalgia. Qué días aquellos...

Continuó caminando sobre el césped, sintiéndose más libre que nunca. Sonrió como niña pequeña; sintió ese tipo de felicidad que hace mucho no experimentaba. Tan pronto como sonrió, comenzó a reír, a reír de felicidad, de alegría. Se tiró contra el pasto, quedando boca arriba. Abrió los ojos, y ante ellos se presentaba la copa de un árbol, espeso y verde. Los cantos de los pájaros la invadían por completo, la llenaban y le hacían ver que no todo en su vida estaba perdido, porque realmente nada estaba perdido.

Su único deseo en ese momento era que ojalá fuera de noche para observar las estrellas brillantes, junto a la gran luna llena que esa noche tocaba.

Hermione comenzó a reir nuevamente, ahora con más alegría que nunca. Arrancó una flor que estaba al alcance de su mano y la olió. La dejo fuera de su vista, y de ella retiró uno de sus pétalos. Levantó el brazo y dejó caer el pétalo blanco. Lo observó, y veía como caía en cámara lenta, tan liviano, como en ese momento estaba su alma; ligera y libre de preocupaciones. Cerró los ojos y se sintió en paz consigo misma por primera vez en muchos años.

Los abrió nuevamente y se quedó así; tranquila, en medio de las flores y observando a la Madre Naturaleza por varios minutos, aunque ya no era conciente del tiempo, porque se sentía tan feliz, que ya nada importaba.

Sus párpados cada vez se hacían más pesados, y cada vez ella se sentía más agotada. Los cerró finalmente y muy pronto se durmió. Allí; tranquila sobre el césped, bajo un árbol y con una flor blanca en la mano, como deseó desde pequeña.



—¿Qué tal la tierra, Gretel?—preguntó de pronto una voz en su oído.

Hermione abrió sus párpados y la figura de Draco Malfoy se sentó junto a ella, con una sonrisa maliciosa en sus labios. La joven se sentó abruptamente y se arregló unos cuantos mechones que tapaban parte de su rostro. Le dedicó a Malfoy una de sus mejores miradas asesinas, demostrándole el odio que le tenía.

—Cuidado con esos ojos, Gretel, que pronto seremos marido y mujer—amonestó Draco y sonrió maliciosamente de nuevo, dando a relucir todos sus blancos dientes.

Draco Malfoy se tomaba el odio de Hermione como un juego de niños.

—¿Qué hace usted aquí?—preguntó Hermione, manteniendo su compostura.

—¿Qué? ¿Ni siquiera puedo estar con mi prometida?—rió—¿No le dijo la criadita esa que yo venía a la cena?

La chica fulminó a Draco. Él sabía perfectamente que no le gustaba que menos preciara a su gente, y muchos menos Lorelei. Si quería ganarse su confianza, ¿por qué lo hacía? Aquel era otro de los misterios que guardaba Draco Malfoy.

—No soy su prometida—contestó cortante Hermione—Y nunca lo seré.

Draco dio una risotada, que para el gusto de Hermione, fue vulgar y demostraba su mala educación, como siempre demostraba cuando estaba a solas con Hermione.

—Entonces, ¿por qué su padre me ha llamado a mí a una cena y no a otro? Algo muy raro, ¿no?—dijo y añadió una sonrisa de lado.

—Me importa un carajo, Draco y si nos casamos, usted sabe que nunca se ganará mi amor, ni mucho menos mi aprecio—atacó venenosamente.

Draco rió nuevamente, con tono burlón que enfureció aun más a Hermione. Ésta se cruzó de brazos y trataba de regular su respiración.

—Esas palabritas no son de señorita, Gretel, o mejor dicho Hermione, ¿cuál te acomoda más?

Si antes estaba roja de furia, ahora estaba pálida y con la boca abierta. No dijo palabra alguna, mas su cabeza era un caos. Tragó saliva. No sabía de donde había sacado tan estimada información y esperaba que no estuviese enterado de la muerte de sus padres. Tragó saliva nuevamente y respondió:

—No sé de qué me habla.

Draco suspiró.

—Al parecer no está muy orgullosa de su apellido. Sus padres fueron grandes personas, lamentablemente, murieron en condiciones... no muy agradables—Draco sonrió con malicia.

Hermione recobró el color rojo intenso de sus mejillas y sus puños estaban apretados. Su respiración era artificial y sus ojos estaban cerrados, tratándo de tranquilizarse, aunque con aquel desagradeble hombre, era casi imposible estar en un estado normal.

—No hable de mis padres—exigió Hermione.

—¡Oh! Parece que un refresco a la memoria le viene bien a usted, ahora, dígame, ¿que se siente haber crecido sola?—se atrevió a preguntar.

—¿Dónde lo encontró?—preguntó Hermione.

—Bueno, hace unos días había decidido que tenía que averiguar sobre mi futura esposa y si ésta tenía algún secretillo por ahí, y bueno, como tengo muy buenos amigos en la prensa, me dijieron todo de usted, y de paso me contaron la lamentable muerte de sus desgraciados padres.

El sonido de la cachetada resonó en todo el jardín. Draco se llevó la mano a su enrojecida mejilla. La mano de Hermione quedó marcada en parte del rostro del joven y éste en menos de un segundo estaba con toda su cara roja de ira; notablemente había perdido la tranquilidad con la cuál hablaba hace unos momentos atrás y había perdido el rumbo del juego que él había comenzado.

—¿¡COMO SE ATREVE!?—le gritó Draco a Hermione—¿USTED SABE QUE SÉ MUCHO DE USTED, CIERTO? ¡Perfectamente le podría ir a decir a su padre lo que hace realmente cuando va a su abuela!

—¡No le tengo miedo, señor! ¡Si se le da la gana puede ir a decirselo! ¡Porque yo no le tengo miedo! ¡Y nunca más me hable así, como si yo fuese una mujerzuela, una de sus tontas admiradoras que puede manipular! ¡Conmigo no le funcionará!—le dijo Hermione, luego se puso sus zapatos y se marchó a su casa.

Cuando llegó al comedor, se encontró con Lucius Malfoy, el cuál, por lo que tenía entendido, estaba de viaje por Sudamérica haciendo informes de animales no descubiertos. Lo saludó con cierto esquive, aun furiosa por lo ocurrido con Draco. Lucius Malfoy era exactamente igual a su hijo, sólo que era un hombre un poco más educado que Draco y al igual que su padre adoptivo, odiaba a los judíos y mantenía la misma posición de Adolf Hitler, amigo íntimo de él.

Cuando a Hermione le preguntaron por Draco, no supo que responder, pero como acto de magia, este apareció en el comedor, aun con la mano de Hermione marcada en su mejilla.

Se sentó al lado derecho de Hermione, al frente de su padre y por el otro lado estaba el general Hauffman. Su madre no había asistido porque estaba de viaje por el Caribe, visitando a sus padres octagenarios nacidos en esa tierra. Hermione se extrañó con disimulo; la señora Malfoy, a quien la había visto con postereoridad tenía tez blanca como la nieve y sus padres tenían piel mate. Seguió comiendo de su pavo y no hizo ningún comentario.

Jon Hauffman y Lucios Malfoy era amigos desde la escuela, por lo que intercambiaron alguno relatos de sus años mozos. Dijieron algunas bromas y luego comenzaron a charlar de política, excluyendo por completo a Hermione y a la señora Hauffmann; Draco comentaba de vez en cuando, cuando veía que le convenía. La chica comía en silencio, mientras escuchaba los chistes pesados que trataban de gitanos y judíos. Con disimuló miró la banda con el signo nazi que llevaba Draco en el brazo derecho y sintió ganas de vomitar, por lo que dirigió su vista a un punto fijo que no fuera esa banda.

—Y bueno, hijo mío, Jon y yo debemos anunciarles a y a Gretel una noticia—dijo Lucius con júbilo.

—Bueno, Gretel, debemos decirles que junto con Lucius hemos acordado que lo mejor sería el matrimonio entre ustedes—terminó Jon Hauffmann con una sonrisa radiante.

Hermione dejó el tenedor con el trozo de pavo en el plato. No tenía más hambre; esto había caido como toneladas de metal para el estómago de la chica.

Draco sonrió con satisfacción y se apoyó en respaldo de la silla de fierro.

—¿-cómo?—tartamudeó Hermione, a punto de estar con la boca abierta.


—¡Que tu y Draco se casaran, Hermione! ¿No es una magnífica noticia?—preguntó Jon, con los ojos vidriosos.

—S-s-si—respondió—¿Y-y-y cuándo va a ser?

—Creo que unos ocho meses más; Narcisa está en el Caribe con sus padres, como dije antes y no piensa regresar antes de ese plazo—contestó Jon.

El padre de Hermione se llevó su mano a uno de sus negros cabellos y lo peinó. Hermione lo miró asqueada, conciente de que aquellos modales no eran ejemplares.

—Pero, padre, ¿no crees que falta mucho? En ese plazo puede venir cualquier hombre y casarse con ella—dijo Draco, disgustado con la noticia de su madre.


—Tu mamá hace bastante tiempo que no veía a tus abuelos, Draco, además Jon es un hombre de palabra; sé que no faltara a nuestro trato, ¿no es así, Jon?—preguntó Lucius, sonriéndole a su amigo.

—Es así, Lucius; nuestro trato ya está sellado—respondió el general nazi.

—Entonces, hija mía... ¡vas a ser una mujer casada!—exclamó jubilosa la callada Maggie Hauffmann.

Faltaban ocho meses para su casamiento con Draco, estaba conciente de que se iba a casar con ese patán, sin embargo no podría acostumbrarse a dos aparentes inofensivas palabras: mujer casada. Nunca pensó que iba a llegar el momento y en realidad no estaba para nada de emocionada con el anuncio de Jon y Lucius. Aun así le asintió con la cabeza a su madre y comió el trozo ya cortado de pavo que estaba en el tenedor.

—Qué hermosa banda, Draco—dijo Jon, referente a la banda con el signo nazi que tenía Draco en
el brazo derecho.

—Hay que ayudar al país, señor Hauffmann, y qué mejor manera que unirse al servicio nazi—respondió el chico, sonriendo orgulloso.

—Y hablando del servicio nazi... ¿Gretel apoya a Hitler?—preguntó Lucius Malfoy.
Jon y Draco tragaron saliva. Hermione continuó comiendo como si nada, pero por dentro estaba eufórica esperando la respuesta de su padre.

—Las mujeres no saben de política, Lucius—respondió Jon, disimulando tranquilidad.


—Pero Gretel es una mujer muy inteligente, no hay que negarlo, Jon.

—Tu lo has dicho; inteligente, pero como todas las mujeres, no saben la política, es más: no se deberían meter en política—esquivó Hauffmann, notablemente más nervioso.


Lucius Malfoy notó los evidentes nervios de su amigo de infancia y preguntó:

—¿Me escondes algo sobre Gretel, Jon?

—No, no, ¿cómo se te ocurre?—respndió y añadió una sonrisita nerviosa.

—Papá, confío en que el señor Hauffmann no nos esconde nada, y si guarda algo, lo hablará contigo después, ¿no crees, padre?—añadió Draco, tranquilo y serio.


—Tienes razón, Draco. Lo siento Jon, no debí haber desconfiado de tí—se disculpó y luego vio en su lujoso reloj la hora—Vaya, creo que es hora de irnos. Un gusto cenar contigo y con tu familia, Jon. Espero esto se repita pronto, no puedo esperar a deleitarme con la deliciosa comida que prepara tu esposa.

—Oh, no es para tanto, señor Malfoy, son sólo recetas familiares—dijo Maggie, sonrojada.

Entonces se despidieron. Jon y Lucius se dieron un abrazo y unas palmadas en la espalda. Lucius y Maggie se despidieron con un beso en la mejilla, al igual que Draco y Hermione. Cuando los dos Malfoy abandonaron la casa, Hermione se fue directo a su cuarto, sin dirigir palabra alguno a sus padres. Una vez allí, se desvistió y se puso el camisón blanco de la mañana.


Cuando iba a pagar la luz de la habitación, alguien en su puerta tocó. Hermione la abrió y era su padre.


No sabía el propósito de su visita, pero de alguna manera suponía que se debía en parte al comportamiento en la cena y a las creencias anti-Hitler que ella tenía, pero por más charlas que le diera, jamás cambiaría su punto de vista respecto a la injusta ejecutación de los judíos.

Hermione le permitió entrar a su padre y ambos se sentaron en su cómo cama.


—¿Qué pasó ahora?—preguntó la chica.

—Hija, acepto que defiendas a todos esos malparidos, sin embargo, quiero pedirte que reflexiones sobre el tema. Sé que no te agrada Draco, pero has el mínimo esfuerzo de comportarte con él—Hermione bufó—Lucius sospecha que yo le escondo algo y me imagino que tu sabes que es...


A la mente de Hermione se le vino la imagen de sus padres vendados y un par de hombres delante de ellos con armas de fuego. La castaña suspiró.

—Sé de que me hablas, padre; pero no sé cuantes veces te he dicho que los quiero a ustedes y a Alemania, el fusilamiento de mis padres está en el pasado. Me llamo Gretel Hauffmann y así me llamaré por siempre—mintió, y después sintió como su alma pesaba aun más.


—Así me gusta, Gretel—sonrió y besó la frente de Hermione—Pero piensa acerca de tu comportamiento con Draco, es lo único que te pido.

Hermione suspiró y respondió:

—Está bien, papá.


Hauffman sonrió satisfecho y creyó en lo que le dijo su hija, por lo que no cuestionó nada más. Se despidió de la chica y luego se retiró de la habitación. Hermione finalmente quedó sola y apagó la luz, luego se acostó y miró hacia el techo.

"Oh, madre, padre, perdónenme por lo que dije" pensó Hermione y sonrió con tristeza.


Muy lentamente se fue quedó dormida, pensando en lirios blancos, la flor favorita de su madre y lo que le deparaba el destino en ocho meses más.